Tuesday, August 26, 2008

6. La Terapia Centrada en la Persona.

a) Condiciones necesarias para la psicoterapia.

Si uno arroja luz sobre las condiciones claves desde la perspectiva filosófica, uno encontrará nuevos aspectos de estas bien conocidas actitudes, pero lo más importante es la consecuencia general de esta mirada fenomenológica y epistemológica de la imagen de ser humano - concretamente una nueva respuesta a la vieja pregunta de qué es la psicoterapia misma.

1. Autenticidad – genuinidad: Significa que la persona (el terapeuta así como también el cliente) es considerada su propia autora y se confía que así sea. Una persona auténtica, por lo tanto, es su propia “autora” en la relación con ella mismos y los otros. Ser auténticos es una precondición para entrar en diálogo, la forma de comunicarse entre personas en la cual el otro es verdaderamente reconocido como otro, que se está abriendo, se está revelando a sí mismo. Por lo tanto desde la perspectiva epistemológica la autenticidad es el fundamento, la base de una comunicación personal y facilitadora.

Ser auténtico es todo un desafío, si tomamos en cuenta que en la práctica no hay una (idealista) relación “Yo-Tu”, sino más bien que las relaciones están siempre insertadas en grupos y en la sociedad como un todo. Esto implica también la necesidad de aplicar el criterio propio para encontrar la postura propia y a la vez reconocer a cada uno como un ser autónomo. De esta forma, la “perspectiva -nosotros” de encuentro, y presencia en el juego dialéctico de “estar-con” y “estar-contra”, se abre con profundas consecuencias terapéuticas, sociales y políticas.

2. Reconocimiento: Es la idea filosófica que subyace la consideración positiva incondicional. Reconocimiento es más que la ausencia de juicio. Es una forma activa y pro-activa de decirle deliberadamente sí al Otro como persona. Significa que la persona como tal es “apreciada” en su propia valía y dignidad – “ap-precia-do” significa ser estimado como un ser precioso. Apunta a un mutuo reconocimiento como personas en vez de conocimiento acerca del otro.

Como una persona, el Otro rompe los límites de nuestro conocimiento, de lo que podemos percibir. En vez de conocimiento (de hecho) se requiere reconocimiento. No podemos comprenderlo. Siendo verdaderamente un Otro, él o ella nunca pueden ser conocidos o reconocidos por otra persona. Conocer al Otro requiere que estemos abiertos a lo que el Otro nos va a dar a conocer.

Tomando en cuenta la noción relacional de persona, reconocimiento apunta al desafío de responder. Desde una perspectiva de desarrollo entramos al mundo por concepción, por ser concebidos. En ese mismísimo momento entramos en una relación y somos aceptados. Bajo circunstancias normales nacer significa ser esperado y recibido. Por lo tanto desde el primer momento de nuestra existencia hay Otros y nosotros nacemos en las relaciones con ellos. El Otro o los Otros están acá “antes” que nosotros, como mencionamos antes. Ellos nos esperan y dan la bienvenida y son extraños y sorprendentes para nosotros. En esta mirada el otro es visto siempre como una llamada y una “provocación”. El ser humano es el extraño para mí, que me sorprende, y frente a quien me siento opuesto , a quien tengo que enfrentar – ni monopolizarlo ni rechazarlo - cara a cara. La presencia del Otro, que siempre “viene primero”, es una llamada a una respuesta, de la cual no puedo escapar, porque nadie puede responder por mí. Estamos obligados y somos responsables frente al otro y le debemos una respuesta – haciendo del Otro una “prioridad”.

Por lo tanto en cada encuentro personal yace una respuesta a una llamada. Y la respuesta crece de la responsabilidad, de nuestra “habilidad de responder”, habilidad de respuesta. Por lo tanto se denota la dimensión ética de encuentro: el Otro es un llamamiento, un pedido y una provocación y la relación con él o ella es en principio asimétrica. La persona que necesita representa una demanda. El hecho de que el Otro se dirija a nosotros hace que surja una fundamental responsabilidad, que se basa en el hecho de que nadie pueda responder por mí. Esa es la razón por la cual al responder al otro solamente estamos cumpliendo nuestro deber.

3. Si reconocimiento describe la psicoterapia como el arte de responder como una persona, comprensión, generalmente llamada comprensión empática, apunta a la psicoterapia como el arte de no saber. Desde una perspectiva personal, ser empático generalmente significa exponerse uno mismo a la presencia del Otro: estar abierto a ser tocado existencialmente por la realidad de otra persona y tocar su realidad. Por lo tanto siempre está la disposición a, y el riesgo de cambiar uno mismo.

El otro similar a mí y a la vez diferente, vecino y oponente, amigo y enemigo, espejo y enigma. Empatía es la habilidad, el desafío y el intento de entrar en una relación de solidaridad con el Otro, reconociendo la diferencia, la diversidad y a pesar de ello tratando de estar concientes y de entender al otro u otra. Ser empático significa construir un puente hacia una tierra desconocida. La empatía tiende un puente que salva las diferencias entre las personas – sin quitar la brecha, sin ignorar las diferencias; no pretende que haya identidad entre los dos, ni se rinde ante la diversidad, no mezcla lo que es diferente, ni se rinde ante la visión de la profundidad de la otredad – tiende un puente.

Al esperar lo inesperado, la empatía es el fundamento epistemológico de la terapia centrada en la persona.


b) El campo de las experiencias.

Cada individuo tiene un campo de experiencia único; este campo de experiencia o “campo fenomenológico” contiene “todo lo que ocurre en la envoltura del organismo en un momento dado, el cual está potencialmente disponible para el conocimiento”.

Incluye los sucesos, las percepciones, las sensaciones y los impactos que la persona no conoce, pero que podría conocer si se concentrara en ellos. Es un mundo muy personal y privado que puede corresponder o no a la realidad objetiva y observada.

La atención se concentra primordialmente en los que una persona considera como su mundo y no en la realidad común. El campo de la experiencia está reducido por las restricciones psicológicas y las limitaciones biológicas. Tendemos a dirigir nuestra atención a los peligros inmediatos, así como también a las experiencias seguras o agradables, en lugar de aceptar todos los fenómenos que se presentan a nuestro alrededor.

c) El Self.

Dentro del campo de la experiencia está el sí mismo, el cual no constituye una entidad estable o invariable, pero que, al observarlo en un momento dado, parece que lo fuera. Esto se debe a que para observarlo congelamos una parte de la experiencia; Rogers concluyó que “nosotros no estábamos manejando una entidad de incremento leve, de aprendizaje gradual… que el producto era claramente una gestalt, una configuración en la cual, la modificación de un aspecto de menor importancia podría alterar completamente el patrón total. El sí mismo es una gestalt coherente y organizada que se encuentra en un continuo proceso de formación y reformación a medida que las situaciones cambian.

Así como una fotografía es un “momento” de algo cambiante, el sí mismo no constituye ninguno de los “momentos” que nosotros tomamos, sino el proceso fluido y subyacente. Otros autores emplean el término “self” (o “si mismo”) para indicar facetas de la identidad personal que es invariable, estable y aun eterna. Rogers utiliza el término para referirse al progreso constante de reconocimiento. Es esta diferencia, este énfasis en el cambio y la flexibilidad, lo que sirve de base a su teoría y a su tesis de que la gente es capaz de crecer, cambiar, y desarrollarse en forma personal. Él mismo o el concepto de uno mismo, es la visión que una persona tiene de sí misma y que se basa en experiencias pasadas, hechos (inputs) presentes y expectativas futuras (pregunta) afirman no estarlo en absoluto, o las personas que dicen estarse divirtiendo en grande pero obran como si estuvieran aburridas, solitarias o intranquilas, demuestran incongruencia. Esta se define como algo más que una incapacidad de percibir con exactitud o como una inhabilidad para comunicarse con precisión. Cuando la incongruencia se presenta entre el conocimiento NI la experiencia se denomina represión. La persona simplemente no sabe lo que hace. La mayor parte de la psicoterapia actúa sobre este síntoma de congruencia y ayuda a la gente a que se dé más cuenta de sus acciones, pensamientos y actitudes, pues los afectan a ellos mismos y a los demás.

Cuando la incongruencia constituye una discrepancia entre el conocimiento y la comunicación, el individuo no expresa lo que realmente sienta, piensa o experimenta. Esta clase de incongruencia se considera a menudo falsa, fingida o deshonesta. Con frecuencia estas conductas se convierten en el tema de discusión en las terapias de grupo o de las situaciones de encuentro. Como tales conductas parecen ser hechas maliciosamente, los expertos y terapeutas dicen que la falta de congruencia social la aparente falta de voluntad para comunicarse significa generalmente una falta de autocontrol y de conocimiento personal. La persona no es capaz de expresar sus emociones y percepciones reales ya sea por temor o bien debido a viejos hábitos de simulación que son difíciles de dominar. Existe también la posibilidad de que la persona tenga dificultades para entender lo que los demás piden.

La incongruencia puede presentarse en forma de tensión, ansiedad o, en circunstancias extremas, como una confusión interior. Un paciente recluido en un hospital mental, que confiese no saber dónde está, qué es un hospital, qué momento del día es o inclusive quién es él, manifiesta un alto grado de incongruencia. La discrepancia entre la realidad externa y lo que experimenta subjetivamente ha llegado a tal punto, que él ya no es capaz de funcionar. La mayoría de los síntomas mencionados en la literatura psiquiátrica pueden considerarse como formas de la incongruencia. Para Rogers, la forma particular del trastorno es menos crítica que el conocimiento de una incongruencia que exige solución. La incongruencia es patente a través de las observaciones tales como: “yo soy capaz de tomar decisiones”, “no se lo que quiero” y “parece que nunca fui capaz de perseverar en nada”. La confusión surge cuando uno no es capaz de distinguir los diferentes fenómenos (inputs) a que estamos expuestos. Tomemos el caso de un cliente que dice: “Mi madre dice que debo cuidarla, que es lo menos que puedo hacer. Creo que soy bastante bueno con ella, mas de lo que se merece. A veces siento que la odio, a veces amor. A veces es bueno estar con ella, otras veces me deprime”.

El cliente es acosado por diferentes cosas (inputs). Cada una de ellas tiene su valor y conduce a alguna acción válida en cierto momento. Discriminar los hechos genuinos de aquellos que son impuestos es algo difícil. El problema puede estar en reconocer que son diferentes y en ser capaces de actuar sobre diferentes sentimientos en momentos distintos. La ambivalencia no es insólita ni malsana, pero no ser capaces de reconocerlo o de afrontarlo puede ser una de las causas de la ansiedad.


d) La tendencia a la autorrealización.

De acuerdo con Rogers, la tendencia a la realización es el único motivo básico humano. Creía que el organismo humano tiende de manera inherente a mantenerse y a esforzarse por mejorar; esto es lo que quiso decir con “realización”.

En la perspectiva de Rogers, se nos prepara desde el nacimiento para crecer de manera productiva hacia la realización. Somos básicamente activos y tendemos a avanzar, y si las condiciones son favorables intentaremos desarrollar nuestras potencialidades al máximo. Los aspectos específicos del crecimiento humano varían de persona a persona; en otras palabras, no todos harán exactamente las mismas cosas cuando las condiciones sean propicias para la realización. Para ilustrar esto: un individuo podría elegir involucrarse intensamente en la vida de familia y la educación de los hijos, afanándose por realzar sus experiencias dentro de ese contexto, en tanto que otra persona podría estar muy interesada en aumentar su competencia profesional y entablar relaciones significativas no matrimoniales. Rogers opinaba que no hay necesidad de suponer motivos independientes para estas diferentes conductas; es suficiente postular un motivo fundamental; la tendencia a la realización, y luego continuar estudiando las condiciones en las que esta ocurre, sin importar lo que esto implique en términos de conductas especificas.

No obstante que la realización difiere de persona a persona en relación con los aspectos específicos, hay generalizaciones que son validas. Algunas características comunes resultan del proceso de realización son la flexibilidad mas que la rigidez, la apertura mas que la actitud defensiva y la autonomía (mayor libertad del control externo) más que la heteronomía.

Rogers era holista en su pensamiento, pues tendía a observar el organismo completo a fin de comprender y explicar la conducta. Concebía un individuo totalmente funcional en ligar de tratar de analizar cada conducta como un evento aislado. Su concepto de la tendencia a la realización es valido para el organismo como un todo; esta tendencia es la única fuente central de energía y moviliza a todo el organismo para que se mantenga y mejore. Implica (además de lo que se mencionó en el párrafo anterior) cosas tales como los intentos de obtener aire, agua, alimento y otros, la diferenciación efectiva de los órganos y funciones del cuerpo, el aumento de la eficacia en la utilización de herramientas y otros implementos culturales, y la reproducción. El organismo humano saludable se dirige a un crecimiento cada vez mayor de sus capacidades como resultado de la tendencia a la realización (si existen condiciones que conduzcan a este crecimiento). Rogers enfatizó que los individuos en desarrollo necesitan experimentar la aceptación incondicional de otras personas que sean significativas en sus vidas.

· El yo y la autorrealización

La noción del yo o autoconcepto es tan importante en la psicología de Rogers que a su teoría se la suele llamar “teoría del yo”. En The Carl Rogers Reader afirmo que “la forma en que una persona se ve a si misma es el factor mas importante para predecir la conducta futura, porque junto con un autoconcepto realista va una percepción realista sobre la realidad externa y la situación en la que el individuo se encuentra”. El yo es una consecuencia de ciertos aspectos de la experiencia individual. El niño recién nacido es un organismo cuyas experiencias internas son una totalidad relativamente indiferenciada de sensaciones y percepciones que constituyen su realidad. Conforme la tendencia a la realización conduce al niño hacia el mantenimiento y mejoramiento de las potencialidades experimentadas, tiene lugar la interacción con otras personas significativas.

Conforme el yo o autoconcepto se desarrolla, la tendencia a la realización funciona para hacer real esta porción emergente del organismo. Rogers llamó a esto la tendencia a la autorrealización. Se puede considerar que la tendencia a la autorrealización es un subsistema de la (más básica) tendencia a la realización.

e) El terapeuta centrado en el cliente.

El terapeuta que trata de emplear un “método” esta destinado a fracasar a menos que este método concuerde genuinamente con sus propias actitudes. Por otra parte, quien con cuyas actitudes facilita la terapia puede tener éxito solo parcialmente, si sus actitudes no están adecuadamente mediatizadas por métodos y técnicas apropiados.

Consideremos entonces las actitudes que parecen facilitar la terapia centrada en el cliente. ¿El consejero debe poseerlas necesariamente para poder serlo? ¿Pueden lograrse esas actitudes a través de una formación?

· La orientación filosófica del consejero

El primer punto de importancia aquí es la actitud que tiene el consejero hacia la dignidad y la significación del individuo. ¿Cómo consideramos a los otros? ¿Vemos a cada persona como digna y meritoria por su derecho propio? Si sostenemos este punto de vista en el nivel verbal, ¿en que medida se hace evidente operacionalmente en el nivel conductual? ¿Tendemos a tratar al cliente como persona de merito, o imperceptiblemente lo desvalorizamos a través de nuestras actitudes y de nuestra conducta? ¿Nuestra filosofía es una de aquellas en las que es máximo el respeto por el individuo? ¿Respetamos su capacidad y su derecho a la auto-dirección, o creemos básicamente que nosotros guiaríamos mejor su vida? ¿En que medida tenemos la necesidad y el deseo de dominar a los otros? ¿Deseamos que el individuo seleccione y elija sus propios valores, o nuestras acciones están guiadas por la convicción (usualmente no enunciada) de que sería más feliz si nos permitiera seleccionar sus valores, normas y metas por él?

Las respuestas a preguntas de esta clase parecen ser importantes como determinantes básicos del enfoque del terapeuta. Nuestra experiencia indica que los individuos que ya se están esforzando hacia una orientación que acentúa la significación y merito de cada persona pueden aprender bastante rápidamente las técnicas centradas en el cliente que instrumentalizan este punto de vista.

La persona cuya orientación filosófica avanza en dirección a un mayor respeto por el individuo encuentra en el enfoque centrado en el cliente un desafío y una mediatización de sus opiniones Encuentra que este es un punto de vista sobre las relaciones humanas que tiende a llevarlo filosóficamente más allá de donde hasta entonces se ha aventurado, y darle la posibilidad de una técnica operacional para hacer efectivo este respeto hacia las personas, hasta el grado máximo en que existe en sus propias actitudes. El terapeuta que se propone utilizar este enfoque pronto aprende que el desenvolvimiento de la manera de considerar a la gente que subyace a esta terapia es un proceso continuo, estrechamente relacionad con la propia lucha del terapeuta por su crecimiento e integración personales. Puede ser solamente “no-directivo” en la medida en que el respeto hacia los otros hunde sus raíces en la propia organización de su personalidad.

· La hipótesis del terapeuta

La experiencia de la formación de terapeutas indica que inicialmente hay una confianza relativamente escasa en la capacidad del cliente para lograr invisión (insight) o auto-dirección constructiva, aunque el consejero este intelectualmente preocupado por las posibilidades de la terapia no-directiva y haya aprendido su técnica. Comienza aconsejando a los clientes con una hipótesis muy limitada de respeto, que podría enunciarse de alguna manera en estos términos: “Formulo la hipótesis de que el individuo tiene una capacidad limitada para comprenderse y reorganizarse a si mismo, en alguna medida, en ciertos tipos de situaciones. En muchas situaciones y con muchos pacientes, yo, como observador externo más objetivo, puedo conocer mejor la situación y puedo guiarla mejor”. Es sobre esta base limitada y parcelada que comienza su trabajo. A menudo no tiene mucho éxito. Pero a medida que observa los resultados de su consejo encuentra que los clientes aceptan hacen un uso constructivo de la responsabilidad cuando el desea genuinamente que lo hagan. Otras veces se sorprende de su efectividad para manejar esta responsabilidad. No puede dejar de comparar la cualidad de la experiencia en aquellas situaciones en las que el cliente ha aprendido significativamente por sí mismo, con la cualidad menos vital de la experiencia de las situaciones en que el consejero ha intentado interpretar, evaluar y guiar. Entonces encuentra que la primera parte de la hipótesis tiende a verificarse más allá de sus expectativas, en tanto que la segunda parte lo desilusiona. Así, poco a poco, la hipótesis sobre la cual basa toda su tarea terapéutica se convierte en una fundamentación cada vez mas centrada en el cliente.

Este tipo de proceso, que hemos visto repetirse muchas veces, parecería significar simplemente esto: que la orientación actitudinal, la filosofía de las relaciones humanas, que parece ser una base necesaria del consejo centrado en el cliente, no es algo que debe aceptarse por un acto “de fe”, o lograrse de una vez por todas. Es realmente una hipótesis sobre las relaciones humanas, y siempre lo será. Aun para el terapeuta experimentado, que ha observado en muchos casos las pruebas que confirman la hipótesis, rige que, con respecto al nuevo cliente que llega a la consulta, la posibilidad de auto-compasión y auto-dirección inteligente es todavía una hipótesis no probada en absoluto.

· La instrumentalización especifica de la actitud del terapeuta

A medida que el terapeuta encuentra métodos nuevos y más sutiles de instrumentalizar su hipótesis centrada en el cliente, nuevos significados se vierten en ella a través de la experiencia, y se percibe que es más profunda de lo que se había supuesto.

Solo mediante un estudio cuidadoso del registro de la entrevista es posible determinar que propósito o propósitos son realmente instrumentalizados en la entrevista. “¿Estoy haciendo realmente lo que creo estar haciendo? ¿Estoy llevando a cabo los propósitos que enuncio?”. Estas son preguntas que todo terapeuta continuamente debe plantearse.

· Algunas descripciones del papel del terapeuta

Algunos terapeutas han supuesto que su papel al llevar a cabo el consejo no-directivo era meramente el de ser pasivos. Tiene cierto deseo de que el cliente se auto-dirija. Esta mas inclinado a escuchar que a guiar. Trata de no imponer al cliente sus propias valoraciones. Encuentra que una cantidad de sus clientes logran progresar por sí mismos. Siente que su fe en la aptitud del cliente se manifiesta mejor mediante una pasividad que implica un mínimo de actividad y de reacción emocional de su parte. Trata de “no entrometerse en el camino del cliente”.

Esta concepción errónea del enfoque ha llevado a considerables fracasos en el consejo, y por buenas razones. En primer lugar, la pasividad y aparente falta de interés o de compromiso es experimentada por el cliente como un rechazo, dado que la indiferencia de ninguna manera puede ser igual a la aceptación. Luego, el terapeuta que desempeña un papel meramente pasivo, de oyente, puede ayudar a algunos clientes que necesitan desesperadamente una catarsis emocional, pero a la larga sus resultados serán mínimos, y muchos clientes abandonaran, tanto desilusionados por su fracaso en recibir ayuda como disgustados con el terapeuta que no tiene nada que ofrecerles.

Otra concepción del papel del consejero es que su tarea consiste en clarificar y objetivar los sentimientos del cliente. El autor, en un trabajo publicado en 1940, enunciaba: “A medida que el cliente proporciona el material, es función del terapeuta ayudarle a reconocer y clarificar las emociones que experimenta”. Este ha sido un concepto útil, que describe parcialmente lo que ocurre. Sin embargo, es demasiado intelectualista, y si se lo toma literalmente, puede centralizar el proceso en el terapeuta. Puede significar que solo el consejero conoce cuales son los sentimientos del cliente; y si adquiere este significado se convierte en una sutil falta de respeto.

Existe otro nivel de respuesta del consejero no-directivo que representa la actitud no-directiva. En cierto sentido, es una meta más que una actitud realmente practicada por los terapeutas. Pero, en la experiencia de algunos, es una meta altamente alcanzable que cambia la naturaleza del proceso de una manera radical. En este nivel, la participación del consejero se convierte en una experiencia activa, con el cliente, de los sentimientos que este expresa; el terapeuta realiza un esfuerzo máximo para meterse en el pellejo de la persona con la cual se esta comunicando, trata de introducirse dentro y vivir las actitudes expresadas en lugar de observarlas, trata de captar todo matiz de su naturaleza cambiante; en una palabra, trata de absorberse completamente en las actitudes del otro. Y en la lucha por lograrlo, simplemente no hay lugar para ningún otro tipo de actividad o actitud del terapeuta; si esta intentando vivir las actitudes del otro, no puede estar diagnosticándolas, no puede estar pensando en acelerar el proceso. Puesto que el es otro, y no el cliente, la comprensión no es espontánea sino que debe ser adquirida, a través de la atención mas intensa, continua y activa, a los sentimientos del otro, hasta el punto de excluir todo otro tipo de atención.

· La dificultad de percibir a través de los ojos del cliente

El terapeuta puede en algunos momentos encontrarse fuera del marco de referencia del cliente. Esto sucede casi invariablemente, por ejemplo, durante una larga pausa o silencio del cliente. El terapeuta puede lograr una gran empatía pero en cierta medida se ve forzado a ver al cliente desde el punto de vista de un observador, o solo puede asumir su campo perceptual cuando aquel se vuelve a expresar.

El lector puede intentar la adopción de este papel de diferentes maneras; puede practicar asumiendo El mismo el marco de referencia interno de otro mientras escucha una conversación en el transporte público, o mientras escucha a un amigo describir una experiencia emocional. Tal vez se pueda incluso transmitir con palabras parte de las emociones que están en juego.

No hay nada de “malo” en actitudes básicamente simpáticas. Incluso en intentos por “comprender”, en el sentido de “comprender a”, mas bien que de “comprender con”. La percepción se localiza, sin embargo, fuera del cliente.

Si se expresaran dichos pensamientos en forma declarativa, comienzan a convertirse en una evaluación desde el punto de vista perceptual del terapeuta. Pero en la medida en que sin intentos de comprender, formulados a modo de ensayo, representan la actitud que describimos como “adoptar el marco de referencia del cliente”.

· Fundamentación del papel del consejero

Muchos pueden plantear la pregunta: ¿por qué adoptar este tipo peculiar de relación? ¿De que manera instrumentalizar la hipótesis de la que hemos partido? ¿Cuál es la fundamentación de este enfoque?

En términos psicológicos, la finalidad del consejero es percibir tan sensible y agudamente como sea posible la totalidad del campo perceptual tan como lo experimenta el cliente, con las mismas relaciones figura-fondo. Habiendo percibido este marco de referencia interno del otro tan complejamente como es posible, indicarle lo que esta viendo por sus ojos.

· El papel del consejero como instrumentalización de una hipótesis

Por el momento, parecería que para mí, como consejero, dirigir toda mi atención y esfuerzo a comprender y percibir tal como el cliente percibe y comprende es una demostración operacional de la creencia que tengo en el mérito y la dignidad de este cliente individual. Evidentemente, tal como lo indican mis actitudes y mi conducta verbal, el calor más importante que sostengo es el cliente mismo. Probablemente la prueba operacional más vigorosa que podría darse de que tengo confianza en la potencialidad del individuo para el cambio constructivo y el desarrollo en dirección de una vida más plena y satisfactoria, sea el hecho de que permito que el resultado repose sobre esta profunda comprensión. Cuando un cliente gravemente perturbado lucha con su incapacidad absoluta para hacer cualquier elección, u otro lucha con sus fuertes impulsos de suicidarse, la expresión más significativa de la confianza básica en las tendencias progresivas del organismo humano es el hecho de que yo comprendo profundamente sus sentimientos desesperados, pero no intento asumir su responsabilidad.

· Una concepción del papel del terapeuta

En la terapia centrada en el cliente, este encuentra en el consejero otro yo genuino en un sentido técnico y operacional, un yo que temporariamente se ha desprovisto (en la medida de lo posible) de su propia yoidad, excepto en lo que se refiere a la cualidad de intentar comprender. En la experiencia terapéutica, ver las propias actitudes, confusiones, ambivalencias, sentimientos y percepciones exactamente expresados por otro, pero desprovistos de sus complicaciones emocionales, es verse a si mismo objetivamente, y prepara el camino para aceptar en el yo todos estos elementos que ahora se perciben mas claramente. Así se logra la reorganización del yo y su funcionamiento mas integrado.

Trataremos de reformular esta idea de otra manera. En la calidez emocional de la relación con el terapeuta, el cliente comienza a experimentar un sentimiento de seguridad a medida que encuentra que, cualquiera sea la actitud que exprese, se la comprende casi de la misma manera como él la percibe, y se la acepta. Entonces es capaz de explorar, por ejemplo, un vago sentimiento de culpabilidad que ha experimentado. En esta relación segura puede percibir por primera vez el significado y el propósito hostiles de ciertos aspectos de su conducta, y puede comprender por que se ha sentido culpable con respecto a ellos, y por que ha sido necesario negar a la conciencia el significado de esta conducta. Pero esta percepción mas clara es en si misma perturbadora y promotora de ansiedad, y no terapéutica. Es la prueba de que hay en si mismo incoherencias perturbadoras, de que no es lo que cree ser. Pero a medida que expresa sus nuevas percepciones y las ansiedades correspondientes, encuentra que este otro yo aceptador, el terapeuta esta otra persona que es solo parcialmente otra persona, percibe también estas experiencias, pero con una nueva cualidad. El terapeuta percibe el yo del cliente tal como este lo conoce, y lo acepta; percibe los aspectos contradictorios que han sido negados a la conciencia y los acepta también como parte del cliente; y ambas aceptaciones incluyen la misma calidez y respeto. Es así como el cliente experimentando en otro una aceptación de ampos aspectos suyos, puede asumir la misma actitud hacia si mismo. Encuentra que el también puede aceptarse, aun con las adiciones y alteraciones que requieren estas nuevas autopercepciones hostiles. Puede hacerlo (si nuestra teoría es correcta) porque otra persona pudo adoptar su marco de referencia, percibir con él, y sin embargo percibirlo con aceptación y respeto.

· Un resultado colateral

Como comentario entre paréntesis, podemos mencionar que el concepto de la actitud y función del terapeuta que hemos esbozado mas arriba tiende a minimizar un problema que se ha planteado en otras orientaciones terapéuticas. Es el problema de cómo prevenir que las inadaptaciones propias del terapeuta, sus problemas emocionales y sus puntos ciegos interfieran con el proceso terapéutico del cliente. No puede haber duda de que todo terapeuta, aun cuando haya resuelto muchas de sus propias dificultades en una relación terapéutica, tiene sin embargo conflictos perturbadores, tendencias a proyectar o actitudes no realistas en ciertas cuestiones. Un tema importante en el pensamiento terapéutico ha sido el modo de evitar que estas actitudes desviadas bloqueen la terapia o perturben al cliente.

Cuando, al hacer evaluaciones, el terapeuta se pregunta “¿Cómo ve esto el cliente?” en lugar de “¿Cómo veo esto?” y cuando continuamente esta verificando su propia interpretación de la percepción de aquel, formulando enunciados probables de la misma, es menos factible que se introduzca la distorsión basada en los conflictos del consejero, y hay mas posibilidades de que, si se introduce, el cliente lo corrija.

En una relación terapéutica en la cual el terapeuta se incluye como persona, haciendo interpretaciones, evaluando la significación del material, sus distorsiones se introducen con el. En una relación terapéutica en la que el terapeuta intenta mantenerse fuera, como una persona separada, y en la cual se esfuerza por comprender al otro tan completamente que el mismo deviene casi otro yo del cliente, hay menos posibilidades de que se introduzcan distorsiones e inadaptaciones personales.

· La dificultad de comprender las percepciones del otro

Hasta ahora la explicación de la función del consejero, tal como se formula en la actualidad, ha sido enunciada sin una referencia particular a dificultades específicas. Nuestra experiencia indica que hay muchas situaciones clínicas en las que es verdaderamente difícil, aun para el consejero experimentado, alcanzar el marco de referencia interno del cliente.

Una de estas situaciones es el hecho de que en ocasiones las expresiones del cliente son muy confusas y están enunciadas con un simbolismo tan privado que es difícil entrar en su campo perceptual y ver la experiencia en sus términos.

Si el consejero mantiene con coherencia la actitud centrada en el cliente, y si ocasionalmente le transmite algo de comprensión, entonces hará lo posible por proporcionarle la experiencia de ser profundamente respetado. Aquí el pensamiento confuso, casi incoherente, de un individuo que sabe que ha sido evaluado como anormal, es respetado realmente y se lo estima comprensivamente.

Por otro lado, el terapeuta puede encontrar que El mismo piensa de manera valorativa, que juzga el material desde su propio marco de referencia, o que se preocupa por El mismo; que su atención se ha desviado desde el cliente hacia si.

Cuando el consejero esta preocupado por si mismo y por lo que debiera hacer, hay necesariamente un decrecimiento de la concentración en el respeto que siente por el cliente. Cuando piensa en términos evaluativos, ya sea que la evaluación sea objetivamente adecuada o inadecuada, en alguna medida asume un marco mental judicativo, considera a la persona como un objeto, más que como una persona, u en esta medida la respeta menos. Por el contrario, penetrar profundamente con este cliente, por ejemplo, en su confusa lucha por su identidad, tal vez sea la mejor instrumentalización que conocemos para indicar el significado de nuestra hipótesis básica: que el individuo representa un proceso profundamente digno de respeto, tanto por lo que es como por sus potencialidades.

· Algunos problemas muy importantes

Cuando la vida esta literalmente en peligro, ¿Cuál es la mejor hipótesis en función de la cual se debe actuar? ¿Debe conservarse la hipótesis de un profundo respeto por la capacidad de la persona? ¿O se debe cambiar de hipótesis? Si es así, ¿cuáles son las alternativas? Una seria la hipótesis de que: “Yo puedo eficazmente hacerme responsable de la vida de otro”. La hipótesis también puede ser ”Temporariamente podría responsabilizarme de la vida de otro sin dañar su capacidad de auto-determinación”.

¿El consejero tiene el derecho, profesional o moralmente, de permitir que un cliente considere seriamente la psicosis o el suicidio como salidas, sin hacer un esfuerzo positivo por prevenir estas elecciones? ¿Es parte de nuestra responsabilidad social general que no toleremos pensamientos o acciones semejantes?

· La lucha básica del consejero

Mi experiencia indica que solo cuando el consejero, a través de uno u otro medio, ha establecido dentro de el la hipótesis según la cual actuara, podrá proporcionar una ayuda máxima al individuo. También he observado que cuando más firmemente confía en la fuerza y en la potencialidad del cliente, tanto mas profundamente descubre esa fuerza.

Ha sido evidente, tanto por nuestra experiencia clínica como por nuestra investigación, que cuando el consejero percibe y acepta al cliente tal cual es, cuando deja de lado toda evaluación y entra en el marco de referencia perceptual del mismo, lo libera para que explore nuevamente su vida y su experiencia, lo libera para percibir en esa experiencia nuevos significados y nuevas metas. ¿Pero el terapeuta desea realmente que el resultado sea una plena libertad? ¿Desea genuinamente que el cliente organice y dirija su vida? ¿Desea que elija metas que son sociales o antisociales, morales o inmorales? Si no es así, parece dudoso que la terapia llegue a ser una experiencia profunda para el cliente. Aun más: ¿desea que el cliente elija la regresión antes que el crecimiento o la madurez? ¿Qué elija la neurosis antes que la salud mental? ¿Qué elija el rechazo de la ayuda antes que su aceptación? ¿Qué elija la muerte antes que la vida? Me parece que solo en la medida en que el terapeuta desee completamente que se elija cualquier resultado, cualquier dirección, solo entonces comprenderá la fuerza vital de la capacidad y potencialidad del individuo para la acción constructiva. En la medida en que acepta que el cliente elija la muerte, este elige la vida; en la medida en que acepta que elija la neurosis, elige una saludable normalidad. Cuanto mas completamente actúa según su hipótesis central, mas convincente es la prueba de que la hipótesis es correcta.

· Una definición objetiva de la relación terapéutica

a. El terapeuta es capaz de participar completamente de la comunicación del cliente.
b. Los comentarios del terapeuta están siempre de conformidad con lo que el cliente trata de transmitir.
c. El terapeuta ve al cliente como un colaborador en un problema común.
d. El terapeuta trata al cliente como un igual.
e. El terapeuta es capaz de comprender los sentimientos del cliente.
f. El terapeuta realmente trata de comprender los sentimientos del cliente.
g. El terapeuta sigue siempre la línea de pensamiento del cliente.
h. El tono de voz del terapeuta transmite la plena capacidad de compartir los sentimientos del cliente.


Referencias


· Rogers, C. (1981) Psicoterapia centrada en el cliente. México: Paidós.

· Rogers, C. (1980) El poder de la persona. México: Manual Moderno.

· Salido M., I. (2008) Conceptos principales de la terapia de Carl Rogers. Consultado el 18 de agosto de 2008 en:
http://www.estarpresente.com/articulospsicologiaychikung/conceptosprincipalesterapiargoers.html

· Schmid, P. (2008) ¿Conocimiento o Reconocimiento? La Psicoterapia como “el arte de no saber”.Perspectivas de más desarrollos de un paradigma radicalmente nuevo. Consultado el 17 de agosto de 2008 en:
http://members.kabsi.at/pfs0/paper-pcep1-span.pdf

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